comedia romántica

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Atrapado en el tiempo

Es difícil encontrar en la última década del siglo pasado (no hablemos ya de lo que llevamos del nuevo) una película que entronque de manera tan directa con la comedia clásica de la época dorada de Hollywood como Groundhog Day. Recogiendo la imagen del título de su versión española, se diría que el cuarto largometraje de Harold Ramis (director con apenas una docena de títulos en su filmografía, ninguno de los restantes a la altura del que nos ocupa) es una obra felizmente atrapada en el tiempo, concretamente en el de los grandes títulos del screwball que dieron al género de la comedia su mejor y más fructífera etapa.

Manhattan

“Una idea para una historia corta sobre gente de Manhattan, que está creando constantemente problemas reales, innecesarios, neuróticos para ellos mismos porque les evita tratar otros temas más insolubles, aterradores, sobre el universo”
 

El apartamento

“Yo escribo pensando en la cámara, pero sin pasarme. La película triunfa gracias a la historia, los personajes y los actores. No busco un movimiento de cámara original que no tenga que ver con la historia”
Billy Wilder
 

El profesor chiflado

En su reseña sobre El terror de las chicas, Jordi Torras alude a la necesaria existencia de un universo personal y autónomo como condición indispensable para que un artista pueda establecer sinergias con  otros creadores. Unas sinergias que pueden surgir incluso fuera del mundo de las adaptaciones ya que, escribe Torras, “el medio para dialogar con Kafka (o Poe, o Walser) no es la adaptación sino la autonomía creativa.

Luna nueva

“Todo esto ocurrió en le época oscura del periodismo, cuando un reportero a la caza de la noticia era capaz hasta de justificar el asesinato. Naturalmente lo que se ve en esta película no tiene ninguna relación con los periodistas de hoy. ¿Listos? Bueno, pues érase una vez…”
 

Historias de Filadelfia

“Cuando la Metro Goldwyn Mayer compró los derechos de Historias de Filadelfia grabaron una de las funciones con la idea de descubrir dónde se producían las risas. Cuando la película estuvo terminada la comparamos con esa grabación y descubrimos que las risas se producían en otros momentos. En el teatro toda la comedia descansaba sobre la agudeza de Phil Barry, pero en el cine una gran parte era visual, se trataba de gestos, reacciones y cosas así. Por eso me gusta dejar que la comedia suceda en la pantalla”
George Cukor
 

Las tres noches de Eva

Resulta curioso constatar cómo las dos primeras grandes comedias de la no muy prolífica carrera de Preston Sturges como director (catorce largometrajes), Las tres noches de Eva y Los viajes de Sullivan (ambas de 1941), comparten un cierto tono melancólico que las aleja en cierta medida de los grandes títulos del screwball (incluidos los siguientes trabajos del propio Sturges, de ritmo y situaciones mucho más vertiginosas).

Al servicio de las damas

Al servicio de las damas arranca con una fabulosa secuencia de títulos de crédito en un movimiento panorámico en el que los nombres de los artistas van apareciendo en carteles luminosos de lujosos edificios hasta que la cámara llega a un majestuoso puente al pie del cual se ubica un vertedero habitado por indigentes y vagabundos (fotograma 1).

Un ladrón en la alcoba

Un ladrón en la alcoba se abre con el plano de un gondolero recogiendo la basura de los canales de Venecia, un arranque que explicita de manera inequívoca el terreno de juego de la película que prácticamente inauguró el fructífero género de la screwball comedy: bajo la apariencia de una comedia romántica, Lubitsch nos va a ofrecer uno de los más despiadados retratos de las clases altas de principios de los 30, justamente los años que siguieron al cataclismo económico acontecido a raíz del crack bursátil del 29.
 

Nacida ayer

Que el cine popular pasa por su época más aciaga es algo que se puede constatar quizá más que en ningún otro en el género de la comedia: no ya por el sonrojo que provoca acercarse a cualquiera de sus manifestaciones contemporáneas (destinadas casi exclusivamente a un público de mentalidad preadolescente) sino por la constatación de la falta de espíritu crítico de un género que, en su época de esplendor, se atrevió (o, más bien, se autoimpuso la necesidad) a cargar contra las más abominables figuras políticas del momento, empezando por el mismísimo Hitler, sin ir más lejos, para ofrecernos o

La pícara puritana

The Awful Truth fue inicialmente una obra teatral de Arthur Richman y ya antes de la adaptación de McCarey había dos filmes basados en ella: una versión silente de 1925 protagonizada por Warner Baxter, y una cinta de 1929 con Henry Daniell e Ina Claire, dirigida por Marshall Neilan. Harry Cohn tenía los derechos de esa última versión y le entregó el guion a Leo McCarey para que hiciera un remake.

Luces de la ciudad

En la magistral secuencia inicial de la que es posiblemente la mejor comedia romántica de la historia del cinematógrafo, Charles Chaplin nos ofrece una ristra de momentos a cual más lacerante en los que el sempiterno personaje del vagabundo hace saltar por los aires la solemne ceremonia de inauguración de un ostentoso monumento público: primero, apareciendo plácidamente dormido en el regazo de una de las figuras escultóricas al ser izada la lona que cubre el conjunto; y seguidamente, enganchándose sus pantalones en la espada de una segunda figura, para acabar depositando sus nalgas en pleno rostro de la misma, ante la indignación de las autoridades y público asistente.